Un cuento del futuro.
¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío? Cuando ambos somos cómplices de los mismos errores. Cuando tú piensas otras pieles a la vez que besas la mía. Cuando yo pienso el nombre de aquel que nunca pude olvidar, cuando digo el tuyo. ¿Recuerdas el otro día? Llegaste a casa, con tu mirada vacía, tal y como siempre. Me contaste los problemas diarios a los que te enfrentas. Yo no quería escuchar nada. Hubiera querido ser sorda de nacimiento en ese momento, ciega para no ver tu expresión de hastió ante una vida no deseada, conmigo. Yo tampoco nunca deseé esta vida, así contigo. Recuerdo todos los ideales que tenía, todos los sueños. Tú fuiste el ladrón que llegó a mi vida a robar todo lo que tenía. ¿Que si te amé? Si, y mucho. Era cuando eras ese otro hombre que daba la vida por mí. Ahora ya somos solo cenizas de lo que fuimos. Otra historia más que contar. Otra triste historia que nunca tuvo éxito. Regresaré un poco el tiempo, cuando creía ser feliz.
Yo era joven, llena de ideales y de amor. Una traición sobre otra nunca pudo borrar la ilusión de ser feliz. Pasaron varios hombres, hasta que ese último, y de cual su nombre aún no me he podido borrar, rompió mi corazón, lo desgarró y disfrutó el comerlo entero, se llevó todo, mi valentía, mi amor, mi confianza, todo. Corrió de nuevo con un viejo amor, aún lo recuerdo. Caminaba yo por la plaza, era una tarde de domingo. Con gran pesar daba cada paso, como caminando encima de una montaña de putrefactos cadáveres. No tenía más, no era más. Lo vi. Ahí sentado en esa banca blanca, en medio de toda la felicidad que yo no tenía. Tomado de la mano de ella. Ese amor que trató de olvidar conmigo, y que al no poder hacerlo, me arrancó la vida. Regreso a su felicidad, regreso a sus raíces. Yo ya no tenía nada. Nada de felicidad ni raíces. Tomé de la mano a mi soledad y nos fuimos por el camino. Así seguimos solas, mucho tiempo. Hasta que me conociste. Te enamoraste de un fantasma, de un fantasma sin alma ni corazón. Trataste de revivirme, aún no se si por un momento lo conseguiste.
¿Que si te amé, lo preguntas de nuevo? Pensándolo bien creo que no. Era yo joven tratando de olvidar a un viejo amor. ¿Miedo a la soledad? Si, creo que eso fue. Ahora que arrastro estos viejos huesos por el mundo veo las cosas. Veo que odio tu cara por las mañanas. Veo que odio tu voz al recordarme lo qué debo comprar para la casa. Veo que detesto cada movimiento que haces, cada respiro que sale de tu ser. Te odio completo.
¿Por qué te digo todo esto? No amor mío, no es para hacerte sufrir. A pesar de odiarte con esa intensidad no te deseo un mal. ¿Qué como puedo hacer eso? Pues fácil, te amo tanto que odiarte es ya parte de eso. Y no, no te amo por lo que eres, ni por lo que me haces sentir. Esa clase de amor ya lo sentí hace muchos años y no es tu caso. Te amo por que eres lo único que me queda. Te amo por que eres el pilar que me sostiene y si no fuera por la fuerza de odiarte ya me habría derrumbado. ¿Que si lo he vuelto a ver? Asumo que te refieres a ese mi gran amor. Si, si lo he visto una que otra vez. Cuando no tuvo más remedio que regresar a mi y yo no tuve más remedio que odiarlo inclusive más que a ti. ¿Que por qué nunca regresé con él? Fácil, ya estabas tú ahí. Con esa misma cara que me ve, la cual detesto. ¿Ves amor mío? De no haber sido por ese día tan glorioso cuando lo vi en esa banca blanca de ese hermoso parque tomando de la mano a su amada con la cual, ahora entiendo, me trató de olvidar, no estaría día tras día aborreciéndote tanto. ¿Qué si lo disfruto? Demasiado corazón. De nuevo te repito esa frase que siempre ronda mi cabeza al verte, al odiarte tanto… ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
martes, diciembre 05, 2006
Publicadas por Flor Fabela a la/s 8:57 p.m. 7 comentarios
Y recordando un poco el tiempo, no pude evitar encontrar este poema que habla por si sólo.
Aunque bien sé que no me extrañas,
aunque tengo la razón,
me acuerdo:el cáncer terminó;
te ausentaspor todo lo mal que supe amarte.
Ya fui desventurado cuando
estuviste aquí, y en el momento
donde te vas, me desventuro.
La sola ventaja de estar ciego
es acaso no poder mirarte.
Ya morir sin arrepentimiento
es mi esperanza, y te lo digo
porque al fin te conozco;
que si he pedido muchas cosas,
pude pagar con sobreprecio
las pocas que me fueron dadas.
Mientras más mal te portas, mucho
más te voy queriendo, y porque espero
menos, me injurio y te acrecientas.
Así tuvo que ser: de tanto
que te procuré, me aborreciste;
tan sólo pesares te he dejado.
Raspaduras de celos, dudas
que no opacaron la certeza
de cuanto en ti me desolaba.
Tú, como si nada, te diviertes;
pero entristécete:si todos sabrán que estoy quemado,
ninguno sabrá que por tus llamas.
Vete como de veras; pierde
el número atroz de este teléfono,
la dirección que no aprendiste,
aquel corazón tan despistado.
Igual sigue siendo todo; nadie
hay como tú, por mi fortuna;
pero a nadie como tú he llegado.
En el agua escrito y en el viento
quedó el amor perpetuo. Sombras.
Y me quemo, y de mejor violencia
—ay, mamá— te alumbro al apagarme.
Ya te conozco, ya obligado
soy a bien quererte y despreciarme.
Pero no, porque me da vergüenza;
pero sí, porque me estoy muriendo
sin voluntad ni penitencia.
Y por todo: porque no quisiste
permanecer, porque me olvidas,
porque me voy tristeando, graciaste doy.
Y por andar de noche.
-Bonifaz
Publicadas por Flor Fabela a la/s 7:10 p.m. 0 comentarios